
“El propósito de Dios es la causa de la salvación
El tercer y último punto en el texto, que consideraré brevemente, es el fundamento y el origen de nuestro llamamiento eficaz, que encontramos en estas palabras: “Conforme a su propósito” (Ef. 1: 11). Anselmo [27] lo traduce “conforme a su buena voluntad”. Pedro el Mártir [28] lo traduce “conforme a su decreto”. Este propósito, o decreto, de Dios es la fuente de nuestras bendiciones espirituales. Es la causa impulsora de nuestra vocación, nuestra justificación y nuestra glorificación. Es el eslabón más alto en la cadena de oro de la salvación. ¿Cuál es el motivo de que un hombre sea llamado y otro no? Se debe al propósito eterno de Dios. El decreto de Dios proclama la salvación del hombre.
Atribuyamos, pues, toda la obra de la gracia al beneplácito de Dios. Dios no nos eligió porque fuéramos dignos, sino que nos hace dignos al elegirnos. Los orgullosos están inclinados a atribuirse y arrogarse demasiado en lo que a ser partícipes de Dios se refiere. Mientras que muchos claman contra el sacrilegio eclesiástico, son al mismo tiempo culpables de un sacrilegio mucho mayor, puesto que le roban a Dios su gloria al ponerse la corona de la salvación sobre su propia cabeza. Pero nosotros debemos enfocarlo todo desde el punto de vista del propósito de Dios. Las señales de la salvación están en los santos, pero la causa de la salvación está en Dios.
Si es el propósito de Dios el que salva, entonces no es el libre albedrío. Los pelagianos son acérrimos defensores del libre albedrío. Nos dicen que el hombre tiene un poder innato para efectuar su propia conversión; pero este texto lo refuta. Nuestro llamamiento es “conforme a su propósito”. La Escritura arranca de raíz el libre albedrío. “No depende del que quiere” (Ro. 9: 16). Todo depende del propósito de Dios. Cuando el prisionero es sentenciado por los tribunales, no hay salvación para él, a menos que el rey tenga el propósito de salvarle. El propósito de Dios es su prerrogativa real.
Si es el propósito de Dios el que salva, entonces no hay méritos. Belarmino [29] sostiene que las buenas obras sí expían el pecado y merecen la gloria; pero el texto dice que somos llamados conforme al propósito de Dios, y hay un texto paralelo en la Escritura. “Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia” (2 Ti. 1: 9). No existe tal cosa como el mérito. Nuestras mejores obras contienen defección e infección y, por tanto, no son más que pecados relucientes; de modo que, si somos llamados y justificados, es el propósito de Dios lo que lo lleva a cabo.
Objeción. Pero los papistas alegan este versículo de la Escritura en cuanto al mérito: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día” (2 Ti. 4: 8). Su argumento se basa en esto: si Dios, en justicia, recompensa nuestras obras, entonces estas merecen la salvación.”
“Respuesta. A esto respondo que Dios concede una recompensa, como Juez justo, no a la dignidad de nuestras obras, sino a la dignidad de Cristo. Dios, como Juez justo, nos recompensa no porque lo hayamos merecido, sino porque Él lo ha prometido. Dios tiene dos tribunales: un tribunal de misericordia y un tribunal de justicia; el Señor condena en el tribunal de justicia aquellas obras que corona en el tribunal de misericordia. Lo más importante, pues, en cuanto a nuestra salvación es el propósito de Dios.
Además, si el propósito de Dios es la fuente de la felicidad, entonces no somos salvados por una fe prevista. Es absurdo pensar que cualquier cosa en nosotros pudiera tener la más mínima influencia sobre nuestra elección. Algunos dicen que Dios previó que tales personas creerían y, por tanto, las escogió; de esta manera hacen que el asunto de la salvación dependa de algo en nosotros. Mientras que Dios no nos elige POR fe, sino PARA fe. “Nos escogió […] para que fuésemos santos” (Ef. 1: 4); no porque fuésemos santos, sino para que fuésemos santos. Somos elegidos para santidad, no por ella ¿Qué podía prever Dios en nosotros sino corrupción y rebelión? Si alguien es salvo, es conforme al propósito de Dios.
Pregunta. ¿Cómo sabremos que Dios tiene el propósito de salvarnos?
Respuesta. Siendo llamados eficazmente. “Procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 P. 1: 10). Hacemos firme nuestra elección haciendo firme nuestro llamamiento. Dios nos ha “escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación” (2 Ts. 2: 13). Por la corriente llegamos finalmente a la fuente. Si vemos que la corriente de la santificación corre en nuestras almas, podemos llegar por esta a la fuente de la elección. Cuando una persona no puede mirar al firmamento, puede, sin embargo, saber que la Luna está allí al verla brillar sobre el agua; así también, aunque no podemos observar lo secreto del propósito de Dios, sin embargo, podemos saber que somos elegidos por el brillo de la gracia santificante en nuestra alma. Quienquiera que encuentre la Palabra de Dios transcrita y copiada en su corazón puede deducir innegablemente su elección.”
2. El propósito de Dios es la base de la seguridad
Aquí tenemos un maravilloso elixir de inefable consuelo para aquellos que son llamados por Dios. Su salvación se apoya en el propósito de Dios. “El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad toda aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Ti. 2: 19). Nuestras virtudes son imperfectas, nuestros consuelos mudables, pero el fundamento de Dios está firme. Los que edifican sobre esta roca del propósito eterno de Dios no tienen por qué temer apartarse; ni el poder del hombre ni la violencia de la tentación podrán jamás derrumbarlos.
Notas [27] Arzobispo de Cantórbery durante los reinados de William Rufus y Enrique I. Escribió un famoso tratado sobre la expiación. [28] Forma castellana del nombre de Pietro Martire Vermigli, un reformador italiano que ofreció ayuda a los reformadores en Inglaterra a mitad del siglo XVI. 29Un cardenal y teólogo católico romano (m. 1621) cuyos escritos expresaron las enseñanzas del concilio de Trento.”
Consolación Divina |Por: Thomas Watson