El nombre de Dios encierra una clave importante para la comprensión de las doctrinas divinas y de la revelación. El nombre de Dios es una manifestación personal y revela la relación de Èl conSu pueblo. Su nombre se conoce porque Dios decide darlo a conocer. Para el pensamiento hebreo, Dios se hallaba al mismo tiempo escondido y revelado, y era trascendente e inmanente. Aunque era misterioso, alto e inaccesible, mediante la revelación de Su nombre hizo desaparecer la brecha que lo separaba de la humanidad.
La verdad del carácter de Dios se centra en Su nombre. El nombre divino revela el poder, la autoridad y la santidad de Dios. Esto explica la gran reverencia de Israel hacia el nombre de Dios. Los Diez Mandamientos prohíben violar el nombre divino [Éxodo 20:7; Deuteronomio 5:11]. Cuando los profetas pronunciaba el nombre de Dios hablaban con autoridad. Los votos que se efectuaban en el nombre de Dios eran vinculantes, y las batallas que se peleaban en Su nombre eran victoriosas. Las otras naciones no le temían a Israel por ser una nación poderosa sino porque se apoyaba en el nombre del Señor. En el NT, el nombre de Dios tiene su máxima expresión en Jesucristo. A Él se le denomina “el Verbo” [Juan 1:1], y Jesús mismo declara haber revelado el nombre de Dios [Juan 17:6]. El nombre divino es la promesa que Él hizo de habitar con Su pueblo.
— Brad Creed | DBIH