El Misticismo |#MartynLloyd-Jones

El Misticismo

Martyn Lloyd-Jones

“Y nuestra comunión verdadera es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo” 1 Juan 1: 3

Hemos visto juntos que este es en realidad el gran ofrecimiento del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Es lo más importante que nos ofrece, lo que nos permitirá vivir en un mundo que, como hemos visto repetidamente en las Escrituras, se opone fundamentalmente a Dios y, por tanto, a todo lo que le pertenece. “Si el mundo es aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”, dice Nuestro Señor en Juan 15:18, y como cristianos nunca deberíamos perder esto de vista: El mundo en su perspectiva y mentalidad se opone a Dios, y mientras no se convierta, mientras no reciba una nueva vida, así seguirá siendo.

El problema, pues, al que nos enfrentamos es: ¿cómo debemos vivir esa vida cristiana y divina en un mundo que demuestra semejante oposición en todos sentidos? Y la respuesta de esta epístola, y la de todo el Nuevo Testamento, es que solo hay un modo de hacerlo, y es tener esa comunión con Dios; y eso, según Juan, es la cosa más asombrosa que Nuestro Señor vino a hacer; y no solo nos la reveló, sino que la posibilitó para nosotros. Este es el gran distintivo. No se trata solamente de una enseñanza, es más que una enseñanza: es lo que Él hace por nosotros.

Ahora bien, hemos estado examinando esta gran afirmación desde ciertos ángulos; hemos considerado ciertos requisitos previos para que fuera posible la obra de Cristo y posteriormente hemos intentado considerarla directamente para recordase qué significa exactamente. Pero durante todo este tiempo no he dejado de hacer advertencias. No hay ninguna cuestión, y creo que todos estaremos de acuerdo, que haya sido fuente de tantos malentendidos como precisamente esta. Toda esta idea es tan elevada y maravillosa que, tan pronto comprendemos que es factible siquiera, debe interesarnos de inmediato tenerla y experimentarla; y en cierto sentido, la historia de la Iglesia puede describirse como la historia de los diferentes caminos por los que los hombres y las mujeres han intentado llegar a esta comunión con Dios. Algunas de las más grandes adoraciones de la experiencia cristiana han sido el resultado de este particular interés y empeño, de manera que es una cuestión que debe abordarse con cuidado. Además de haber cambios verdaderos para buscar esa comunión con Dios, también existen caminos falsos.

Ahora bien, es imposible tratar los todos, así que considero que lo más conveniente es mostrar las dos principales formas en que los hombres han buscado la comunión con Dios: la forma evangélica y la forma mística. Ésa es una clasificación muy general. Hay muchos ejemplos en las biografías de los hombres y de las mujeres cristianos que parece combinar las dos formas, y que se solapan mutuamente. Hay muchas subdivisiones en la forma mística, y evidentemente no es razonable esperar tratarla todas en un solo sermón; haría falta todo una serie de sermones. Existe un gran número de volúmenes escrito sobre ellas; bien podríamos decir que hay bibliotecas enteras acerca de toda la cuestión del misticismo. Es un asunto de lo más fascinante y absorbente y, sin duda, apasionante. Evidentemente, pues, sólo puedo tratar lo que describiría como la esencia de la posición evangélica y la esencia de la tesis mística. (Si se me permite de paso, recomendaré un libro que, a mi entender, es uno de los más valiosos e instructivos al respecto, se trata de una serie de conferencias impartidas en mi 1928 y publicado el pago el título de The Vision of God, [La Visión de Dios], por Kenneth E. Kirk)

Aquí tenemos, pues, una cuestión que debe llamarnos la atención, pues lo místico y luego lo evangélico son en ciertos aspectos muy similares, y quizá sea de ahí de donde surge el peligro. El místico y el evangélico están de acuerdo en que Dios trata directamente con nuestros espíritus y nos proporciona un conocimiento de sí mismo. Ambos coinciden en que la comunión no es algo formal y que la verdadera posición cristiana no es meramente externa y mecánica. El místico y el evangélico están de acuerdo en que nuestro objetivo y empeño debería ser la comunión con Dios; ninguno de los dos se da por satisfecho meramente con desempeñar ciertas funciones, o adecuarse a ciertas normas morales. No se trata de eso, dice; el mundo lo puede hacer, y también otras religiones. No —dicen—, lo especial de la religión cristiana es que ofrece comunión al hombre, una intimidad, un conocimiento de Dios, y a ambos les interesa obtenerla.

Pero, tal como intento demostrar, divergen en la forma en que buscan alcanzarla. Vuelvo a recordarte que hubo ciertos casos en que uno debe reconocer que la persona implicada era evangélica y mística al mismo tiempo. Hay casos en los que las personas eran suficientemente evangélicas para darse cuenta de los peligros de su propio misticismo, y eso lo hace bastante difícil desde el punto de vista de la clasificación. Permítaseme dar un ejemplo. Consideremos a Bernardo de Claraval: claramente era místico, pero hemos de reconocer que era evangélico, y hay otros ejemplos. Charles Wesley tenía una importante dimensión mística, aunque era fundamentalmente evangélico, y lo mismo podemos decir de su hermano John. Existen casos que parecen difíciles de clasificar; vayamos, por tanto, a los grandes principios.

¿En qué consiste esa idea de la búsqueda de la comunión con Dios por el llamado camino místico? Como hemos dicho, el misticismo tiene muchas subdivisiones. Puede ser no cristiano por entero; muchos de los filósofos paganos griegos eran místicos en el pleno sentido de la palabra; Hay místicos paganos, como también religiosos, así como, en un sentido, místicos cristianos. Hay cosas comunes a todos ellos; creen por regla general que un hombre puede tener un tipo de intuición inmediata del infinito y de lo eterno. Una definición del término es: “El misticismo es la creencia de que Dios puede ser conocido cara a cara sin intermediario; la conciencia y el conocimiento directos de Dios “. O, quizá, mejor aún: “El misticismo es la teoría que dice que la pureza y la bendición derivadas de la comunión con Dios no se obtienen de la Escrituras ni del empleo de los medios de gracia normales, sino por medio de una influencia sobrenatural e inmediata, y para obtenerla el alma no tiene más que plegarse a ella sin pensamiento o esfuerzo “.

Por regla general, podemos decir que el misticismo hace del sentimiento la fuente del conocimiento de Dios, en detrimento del intelecto, la razón y el entendimiento.

Éste es verdaderamente el hecho diferencial del misticismo. El místico es una persona que dice que ese conocimiento de Dios no se obtiene como resultado de la comprensión o de cualquier conocimiento externo objetivo; es inmediato, una línea directa entre el corazón y el Espíritu de Dios mismo, Y ocurre principalmente en la esfera de los sentimientos. Dios da conocer la Verdad al místico bajo algún modelo o forma.

Y esto supone una gran dificultad para el enfoque evangélico.

El Evangélico siempre afirma la primacía de la palabra de Dios, la revelación objetiva; el místico tiende a despreciarla y dice: “No, lo que he de hacer de algún modo es someterme, y en este estado pasivo, Dios hará alguna cosa en mi espíritu mediante los sentimientos y las sensibilidades, y llegaré a conocer a Dios”.

La supremacía y el énfasis están en la sensibilidad y no en la comprensión.

Ahora bien no todos los místicos están interesados en lo mismo. No quiero entrometerme con términos técnicos, pero hay tres tipos principales. Existe lo que podríamos denominar el teopático*, el

místico que le interesa el sentimiento y la sensación puros. Luego están los teosóficos, las personas que hoy día se llaman así mismas “teósofas”, y a quienes interesa un conocimiento de Dios que procede de la experiencia y quieren someter a examen su conocimiento. Y, por último, el teúrgico, interesado en los fenómenos; deseos de tener visiones y experimentar fenómenos extraños; el tipo de misticismo que se deleita ver esferas de luz o iluminaciones, y a quien le gusta hablar de trances y “sentir” el poder de Dios.

Es interesante echar un vistazo a la historia del misticismo. Casi de forma invariable surge como protesta contra algún tipo de formalismo y entumecimiento de la iglesia. Ocurre sobre todo en la Iglesia Católica Romana y en menor grado en protestantismo. Lo considero muy significativo de por sí; los católicos romanos siempre han producido más místico que los protestantes. El místicos que los protestantes. El misticismo es también una protesta contra el racionalismo y una tendencia a intelectualizar en exceso la fe cristiana. Veremos, pues, que por regla general el misticismo tiende a aparecer en ciertos períodos de la historia de la Iglesia. En los primeros siglos de la Iglesia, cuando hubo un gran debate acerca de la doctrina cristiana, y cuando los doctores de la Iglesia dedicaban su tiempo a elaborar argumentos contra la filosofía griega a fin de salvaguardar la fe cristiana, el peligro radicaba en que todo el Evangelio podía acabar convertido en un sistema intelectual. Y fue en este punto cuando los primeros místicos cristianos hicieron su aparición. “Hemos de ser cuidadosos -decían con todas estas definiciones, corremos el peligro de perder la vitalidad”. En un sentido, pues, el misticismo comenzó en los primeros siglos en Egipto, como protesta contra el enfoque puramente intelectual de la fe cristiana.

Más adelante tuvo lugar el gran estallido del misticismo en la Edad Media con Bernardo y otros parecidos, y de nuevo es claro que surgió por la misma causa. Existia el peligro de que la Iglesia católica romana del tiempo estuviera intentando crear una escuela filosófica oficial. Se había vuelto materialista y estaba muerta e inerte, y ciertos hombres, aun en la Iglesia católica romana en aquello oscuros años medievales, empezaron a decirse unos a otros: “Estamos perdiendo la vida; el propósito de la fe cristiana es llevar a los hombres al conocimiento de Dios; aquí los eruditos filósofos debaten acerca de la naturaleza exacta delos ángeles y de cuantos ángeles pueden sostenerse a la vez en la punta de un alfiler y de todas esas maravillosas abstracciones filosóficas. Esto es, —decían— una negación intrínseca de la fe cristiana”. En la Edad Media se produjo, pues, un estallido místico tal como había ocurrido en el siglo I.

También tenemos pruebas de esto en el protestantismo. Es obvio que con la Reforma ocurrida en el siglo XVI se produjo una gran comprensión de cierto tipo de poder espiritual. Pero como ocurre casi invariablemente después de un avivamiento, fue seguido por un periodo de adormecimiento. Mas tarde se inicia la era de los teólogos, y de nuevo vemos que algunas personas empezaron a sentir que se había perdido la vitalidad; que esa excelente teología, de un modo u otro, se había vuelto mecánica, y se produjo una reacción hacia el misticismo. Los puritanos empezaron a poner un nuevo acento en el Espíritu Santo, y una de las manifestaciones fue lo que se ha dado en llamar cuaquerismo.

Aquí de nuevo encontramos a los místicos, la suya era una protesta contra el intelectualismo de la fe cristiana o contra una declaración meramente mecánica de cierta enseñanza. A finales del siglo XVII y a principios del siglo XVIII tenemos, pues, las principales manifestaciones del misticismo dentro del protestantismo entre los cuáqueros y otros. Una de las personas más destacadas en Gran Bretaña fue William Law con su libro The Serious Call (El llamamiento Importante). Tuvo una gran influencia en los hermanos Wesley, y fue el hombre que Dios utilizó para llevarlos a la luz y a la verdad.

El misticismo desea, pues, hacer su hincapié en la realidad del conocimiento de Dios y de la comunión con Él. ¿Cómo lo hace? Ya he bosquejado su método general, pero a su vez existen dos principales escuelas místicas entre los místicos. La primera escuela cree en el quietismo, pura pasividad. Dicen que no hay que hacer nada sino estar tranquilo y relajado; esta enseñanza sigue gozando de popularidad en algunos lugares. “No debes intentar pensar —dicen—, no debes intentar hacer ningún esfuerzo; lo que hay que hacer es abandonarse a Dios, y Dios te hablará, y te hará cosas, y alcanzarás ese conocimiento de Èl”: pasividad y quietismo. El gran exponente de este aspecto en particular fue la famosa francesa, Madame Guyon.

Esta es una forma, pero existe otro tipo de místico que es más activo. Es muy injusto y muy falso concebir el místico que como una persona vaga y nebulosa. Alguien dijo una vez que si queremos ser justos con el misticismo, no debemos confundirlo con la mística. Hay un tipo de misticismo que es muy activo, y que dice que esa espléndida visión y ese conocimiento de Dios sólo se tiene mediante una disciplina muy rígida. Debes abandonarte a la introspección, debes examinarte a ti mismo; luego debes proseguir con la meditación, debes pensar en esas cosas y más tarde pasar a la fase en que, tras meditar y examinarte a ti mismo, tienes una especie de intuición de Dios. Es lo que se llama “el camino místico”, que te llama a purgarte a ti mismo del pecado, y luego quizá debas pasar por un período conocido como “la oscura noche del alma”, en el que tendrás la sensación de que no conoces a Dios. Pero simplemente mantienes la quietud, prosigues con la introspección, la meditación y tus prácticas ascéticas y, si lo haces, alcanzarás un estado de iluminación, empezarás a ver la Verdad. Empezarás a alcanzar un estado de comprensión, y entonces simplemente contemplarás, y por fin llegarás a un estado de unión con Dios cuando, en cierto modo, te habrás perdido a ti mismo.

Veremos que estos místicos han sido muy activos; su único empeño ha sido llegar a conocer a Dios. La mayoría de los hombres que abandonaron la vida del mundo y se hicieron monjes y anacoretas y entraron en los monasterios, se dedicaron precisamente a esto. Se vestían con camisas de pelo de camello, se mutilaban, por así decirlo, con la creencia de que este era el camino que los llevaría finalmente al estado de unión con Dios; y, como resultado de todo ello, afirmaban tener diversas experiencias. Oímos hablar de éxtasis y visiones gozosas.

¿Y cuál es la critica evangélica a todo esto? Permítaseme definirla de este modo. La principal critica del evangélico puede expresarse de esta forma: afirma ser una prolongación de la inspiración. En un sentido,

el místico afirma que Dios tiene un trato tan directo con él como con los profetas del Antiguo Testamento; afirma que Dios le trata como trato a los Apóstoles.

Ahora bien, como evangélicos creemos que Dios dio un mensaje a los Profetas y a los Apóstoles; pero decimos que puesto que Dios ya lo ha hecho, no hay necesidad de que lo haga directamente con nosotros. Yo no afirmo que lo que estoy diciendo me haya sido dado por inspiración directa de Dios: estoy aquí para exponer las Escrituras. Yo afirmo que el Espíritu Santo me capacita para ello, pero no afirmo que he recibido un mensaje directo de Dios. No, este es el mensaje, el mensaje que fue dado a Juan y a los demás Apóstoles; yo he pasado a formar parte de la comunión con los Apóstoles y repito su mensaje. Pero el místico dice que ha recibido un mensaje novedoso y que se encuentra en un estado de inspiración directa.

Mi segunda crítica sería que el misticismo forzosamente deja de lado a las Escrituras y las hace casi innecesarias. Siempre veremos que las personas con una tendencia mística no hablan mucho de la Biblia. No la leen mucho; ciertamente creo que esto es aplicable a la mayoría de las personas místicas. Dicen: “No, yo no sigo un plan de lectura de la Biblia; por regla general me basta con un versículo. Leo un versículo y me pongo a meditar”. Eso es típico del místico. No necesita esa revelación objetiva; quiere algo con lo que empezar su meditación y luego la recibirá como venida directamente de Dios; devalua las Escrituras. Ciertamente, no dudo en ir más lejos aún y decir que el misticismo, en conjunto, llega a hacer innecesario a Nuestro Señor mismo. Esta es una afirmación muy seria, pero puedo justificarla. Hay personas místicas que afirman que sus almas tienen acceso directo a Dios. Dicen que, tal como son, solo tienen que relajarse, dejarse llevar y permitir que Dios les hable y Èl lo hará; no mencionan al Señor Jesucristo Y no solo eso, creo que se puede expresar en estos términos: el peligro del misticismo es concentrarse tanto en la obra del Señor en nosotros que se olvida de la obra del Señor por nosotros. En otras palabras, se preocupa tanto por la obra inmediata en el alma que olvida por completo la obra preliminar que tuvo que llevarse a cabo para que se pudiera obrar en el alma. Tiende a olvidar la Cruz y la necesidad absoluta de la muerte expiatoria de Cristo antes de que la comunión con Dios sea posible.

O, ciertamente, podemos ir más lejos aún y decirlo de otro modo. El misticismo nunca es demasiado severo con respecto a la doctrina del pecado. El místico tiende a decir: “Mira, no hay nada de que preocuparse. Si quieres conocer a Dios tal como eres, hay que empezar teniendo comunión con Él, que te hablará y te dará todas las bendiciones”. Nunca mencionan la doctrina del pecado, en el sentido de que la culpa del pecado es una cosa tan terrible que nada salvo la venida del Hijo de Dios al mundo y el hecho de que acarreara nuestros pecados en su propio cuerpo en la Cruz, habría permitido jamás que Dios hablase al alma.

Otra seria crítica al misticismo es que nos deja siempre sin un patrón por el que regirnos. Imaginemos que es el camino místico. Empiezo a tener experiencias; pienso que Dios me está hablando; ¿cómo sé que es Dios el que me habla? ¿Cómo puedo saber que no estoy hablando al hombre; cómo puedo estar seguro de no ser una víctima de alucinaciones, tal como le ha ha sucedido a muchos místicos? Si creo en el misticismo como tal, sin la Biblia, ¿cómo puedo comprobar mis experiencias? ¿Cómo pruebo las Escrituras? ¿Cómo descartar la posibilidad de estar siendo engañado por Satanás en forma de ángel de luz para apartarme del Dios vivo y verdadero? Carezco de un patrón.

En otras palabras, mi última crítica es que el misticismo siempre tiende al fanatismo y al exceso. Si anteponemos los sentimientos al entendimiento, acabaremos así irremisiblemente, dado que no tenemos nada con qué comprobar nuestras experiencias, y no tendremos ninguna razón para controlar nuestras sensaciones y nuestras propensiones.

“Muy bien —dice que alguien— si esta es su crítica al misticismo, ¿cuál es el camino evangélico para llegar a ese conocimiento y comunión con Dios?”. Es bastante simple y es este: siempre empieza por las Escrituras; las Escrituras son la única autoridad y criterio definitivo en lo concerniente a estos asuntos, con respecto al conocimiento de Dios. La doctrina evangélica dice que no mire dentro de mí, sino que mire a la Palabra de Dios; que no me examine a mí mismo, sino que examine la Revelación que me ha sido dada. Me dice que Dios sólo puede ser conocido a su propia manera, la manera revelada en las Escrituras mismas.

He de empezar por la obra que Cristo hizo por mí. No hay un verdadero conocimiento de Dios sin Cristo. “Nadie viene al Padre, sino por mí”, dice Nuestro Señor (Juan 14: 6). He de ir a través de Cristo, y de ir por medio de la Cruz. La enseñanza de Cristo no puede llevarme a Dios porque existe la culpa de mi pecado. Es la obra de Cristo por mí antes de la obra de Cristo en mí; aquello que objetivamente ha hecho en esa transacción, es anterior a su obra en mi alma.

Empiezo, pues por eso, y luego tras afrontar la culpa de mi pecado, creo que Él me da vida. Es un don de Dios; no puedo decir que soy capaz de alcanzarlo siguiendo el camino místico; la vida eterna es un don de Dios, y es de comprender que sólo viene a mí a condición de haber visto mi pecado y creer en el Señor Jesucristo y que por tanto debo confiar en Él para la reconciliación. Y dado que la vida eterna es un don de Dios, no he de buscarla directamente; vendrá como resultado de seguir a Dios. Nuestro Señor lo expresó claramente de una vez por todas en el Sermón del Monte. No dijo: “Bienaventurados los hambrientos y sedientos de experiencias espirituales, bienaventurados los hambrientos y sedientos de gozo y felicidad “, ¡de ningún modo! Los bienaventurados, aquellos que experimentan una bendición “tienen hambre y sed de justicia: Porque ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

No hemos de buscar directamente esta cosa tan grandiosa; tu y yo hemos de buscar la justicia, y si lo hacemos, Dios nos dará la bendición. Esta maravillosa experiencia de comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo es lo que da a todos los que verdaderamente le buscan de la forma que El nos ha enseñado. Es el tema principal de esta primera Epístola de Juan; el modo de obtener esta comunión, esta maravillosa experiencia, es leer su Palabra, no tomar un versículo y luego introducirlo en nuestra meditación mística. No, es la revelación objetiva, los hechos de la Encarnación, la vida, los milagros, la muerte, la Resurrección, los hechos de la salvación. “Estas cosas —dice Juan— que hemos visto y testificado; estas pruebas que hemos tocado y sentido y palpado”.

La forma evangélica de comunión con Dios es, pues, acudir directamente a la Palabra, conocer su verdad, creerla y aceptarla: orar sobre esta base y esforzarse por entero en un intento y empeño por vivirla y practicarla. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados”; saciados de la plenitud de Dios, con el conocimiento de Dios y bendiciones que sólo Dios puede dar.

El misticismo es un intento de llegar por un atajo a esas grandes experiencias; el camino de las Escrituras es el otro camino: sencillo, indirecto pero seguro, y libre de todos los efectos del fanatismo y de los excesos, y que lleva a una vida cristiana equilibrada, fiel a Dios y a su Palabra, en línea con los Apóstoles y en línea con la poderosa tradición evangélica de siglos.

Que el Señor abra nuestros ojos a los peligros de esos desvíos y a todos los excesos y al fanatismo que en última instancia desvirtúan al Señor y su gran salvación, y que nos mantenga siempre en esa sincera fidelidad a Jesucristo.

*El que contempla a Dios (N. T.)

Dr. Martyn Loyd-Jones

Vida En Cristo

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