““Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.”
1 Juan 1:1-3 RVR1960
El Evangelio, según el Nuevo Testamento, es un heraldo; es como un hombre con trompeta que llama a las personas a que le escuchen. Lo que ha de decir no tiene nada de provisional; se le ha dado un mensaje, y su misión es repetirlo; la principal tarea del mensajero no consiste en examinar las credenciales del mensaje, ha de entregarlo. Somos embajadores y la misión del embajador no es decir al país extranjero lo que piensa o cree; es dar el mensaje que le han entregado su propio gobierno y su rey, a los cuales representa. Esa es la posición de esos predicadores del Nuevo Testamento, y así lo expresa Juan aquí: “Tengo algo asombroso que decir”.