Decir lo mismo | #johnmacarthur

Dios juzga el pecado tan severamente porque Él es absolutamente santo. Todo pecado constituye una ofensa personal contra Dios. Cualquiera que peca abiertamente desafía a Dios. Así lo reconoció David, cuando dijo: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Sal. 51:4). David no negó que hubiera cometido pecado contra sí mismo o contra su propio cuerpo, como sucede ciertamente en el caso del adulterio (1 Co. 6:18). Tampoco estaba negando que hubiera pecado contra Betsabé o contra su marido, ni que hubiese pecado contra la nación entera de Israel fallándoles de semejante manera. Pero reconocía que todo pecado es —en primer lugar y sobre todo— una afrenta contra Dios. 

Algunas personas tienden a buscar un chivo expiatorio cuando piensan que están confesando su pecado: Adan, por ejemplo, comenzó su reconocimiento de desobediencia diciendo: “La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Gn 3:12, cursivas añadidas). Hoy dia, muchos psicólogos aconsejan a la gente que indague en su pasado e identifique los daños que les ocasionaron sus padres, otras figuras de autoridad y demás personas. Este proceso, supuestamente, ayuda al individuo comprender sus fracasos y lo libera del daño que se causa a sí mismo. La verdad es que nada de esto resulta útil cuando nos enfrentamos a la culpa; de hecho, no hace más que empeorar el problema. La verdadera confesión del pecado no consiste solo en reconocer que se ha obrado mal, sino en admitir que el pecado ha sido contra Dios y que le ha desafiado personalmente. Para gozar de salud espiritual debemos tratar, no con los agravios que otros nos hayan hecho, sino con el mal que nosotros hemos perpetrado contra un Dios santo. 

Así que la primera característica de la confesión es convenir con Dios en que somos irremediablemente culpables. De hecho, la palabra griega que se traduce por confesión es homologeo, que ignifica literalmente “decir lo mismo”. Cuando confesamos nuestro pecado, debemos ponernos de acuerdo con Dios sobre nuestro pecado. Es decir, hemos de verlo como Él lo ve, y decir: “Señor, he pecado; estoy de acuerdo con la evaluación que haces de mí”.

Así que confesar nuestro pecado no es solo declarar: “Reconozco que lo he cometido; sí, lo reconozco”. Se trata de estar totalmente de acuerdo con Dios. Por eso, la verdadera confesión también implica el arrepentimiento: apartarse de los malos pensamientos o acciones. No habremos confesado sinceramente nuestro pecado hasta que lo hayamos abandonado. Si alguien dice: “Lo siento, Dios, confieso tal y tal cosa”, y luego continúa practicándola, se engaña a sí mismo. La confesión verdadera entraña un quebrantamiento que produce inevitablemente cambios en la conducta.

Quizá  tendemos a confesar nuestro pecado de manera superficial porque no comprendemos cómo Dios lo ve. Necesitamos entender más plenamente lo que quieren decir las Escrituras cuando hablan de confesar. Una mirada más detallada a la confesión de David en el Salmo 51, nos mostrará tres elementos cruciales de la verdadera confesión: la perspectiva correcta del pecado, la perspectiva correcta De Dios y la perspectiva correcta de nosotros.   

John MacArthur

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