Lo que la Biblia dice acerca del Peligro Mortal de la Ira
Texto: 1 Samuel 18:6-15
Charles Stanley
Pocas personas en la Biblia exhibieron tanta ira como el rey Saúl. Su enojo pareció estallar cuando David regresó de la batalla y las mujeres le dieron la bienvenida con un cántico: «Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles». La Palabra nos dice que «se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho» [1 S 18:7, 8].
En su ataque de ira y celos, Saúl:
• trató de clavar a David con su lanza a la pared, en dos ocasiones in [1 S 18.10, 11; 19.9, 10].
• puso a David en un puesto de autoridad, con la esperanza de que fracasara y cayera en descrédito por su falta de sabiduría [1 S 18.12-15].
• exigió que David matara a cien filisteos para darle su hija en matrimonio, esperando que David muriera en el combate [1 S 18.25-29].
• persiguió sin descanso a David durante más de una década, obligándole a vivir en el exilio y mudarse con frecuencia de un escondite otro [1 S 24; 26].
Saúl no solamente persiguió a David sin misericordia, sino que ordenó la muerte de muchos que lo socorrieron. Ni siquiera su hijo se libró de sus intentos homicidas [1 S 20.30]. La ira de Saúl no tenía limites.
Es fácil ver los efectos de la ira en una persona como Saúl. La ebullición de la furia produce ataques violentos y frecuentes. La persona iracunda tiene cambios visibles en su aspecto físico, tales como dilatación de las pupilas y tensión de los músculos, cambios internos, su presión sanguínea aumenta y siente que tiene un nudo en el estómago.
Es mucho más difícil reconocer la ira en nosotros mismos. Nos inclinamos a tolerar bastante enojo en nuestra propia vida, así sea reprimido. Algunos incluso ven el enojo como una señal de firmeza y poder personal.
No obstante, la Palabra de Dios prohíbe esa tolerancia pecaminosa de la ira. Esa clase de enojo perjudica la salud emocional y el bienestar general, al igual que el crecimiento espiritual y el testimonio. Dios asocia «la ira» a la obra del maligno en nuestra vida. Por eso las Escrituras nos amonestan claramente: «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo» [Ef 4.26, 27].
-Cosechamos lo que sembramos, más de lo que sembramos, después de sembrarlo.
-Todo lo que adquirimos fuera de la voluntad de Dios termina convirtiéndose en cenizas.
Principios de vida | Charles Stanley