Los tres golpes

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Por Lumbrera

Para mi uno de los episodios más impresionantes del ministerio y vida del Señor Jesucristo lo constituye, sin duda alguna, la sanación de la mujer con flujo de sangre, mejor conocido como “La mujer que tocó el manto de Jesús” [Textos: Marcos 5:21-34; Mt. 9;18-26; Lc. 8:40-56]

 El tiempo: Imaginémonos a esta mujer vaginalmente enferma, con un constante flujo de sangre (como mujeres sabemos lo incomodo que son esos días menstruales) ahora piense en esta situación ¡por doce largos años! ¡Qué pesadilla! [V. 24]

Médicos y gastos: Al tiempo prolongado de la enfermedad se le sumaba el sufrimiento en manos de diferentes médicos y los gastos que esto suponía… y solo empeoraba. Comenta el pastor John MacArthur:

5:26 había sufrido mucho de muchos médicos. En tiempo del NT era una práctica común en los casos de enfermedades graves, consultar a muchos y diferentes médicos y recibir variedad de tratamientos. Estos eran, con frecuencia, incompatibles entre sí, abusivos y por lo general, hacían empeorar la situación antes que mejorarla”.

Vergüenza y exclusión: Debió ser muy doloroso para esta mujer el rechazo social durante esos fatídicos doce años. No podía casarse-y si lo estaba- no podía ser tocada por su esposo porque era considerada inmunda [vv. Levítico 15:19-33]. Era tratada como un  proscrito y leproso [v. Números 5:2]. Comenta el pastor Kenneth A. Mathews:

Levítico 15:20: La idea de que la menstruación, que obligaba a la mujer a estar separada, la volviera inmunda era común en todo el antiguo Cercano Oriente. Tanto los egipcios como los persas pensaban que el flujo menstrual era motivo de impureza ritual. Levítico 15:25: Este flujo se refiere a una enfermedad crónica no relacionada con la menstruación.

Vino por detrás: “cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. 28 Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva” [v. Marcos 5:27-28].

Por lo antes expuesto es entendible la razón por la cual ella pretendía pasar inadvertida. Vino a hurtadillas pensando que nadie se percataría de ella. Tenía que hacerlo así, no tenía alternativa, era impura y todo lo que ella tocara también lo sería. Pero ella había escuchado hablar de Jesús. No lo dice el pasaje, pero se entiende que lo que había escuchado de Él era bueno, de lo contrario no estaría allí corriendo ese riesgo. Debió haber escuchado que salvaba, sanaba, que era compasivo, bueno, bondadoso, lleno de gracia y amor. Valía la pena entonces mezclarse con esa gran multitud, no para hablar con él o rogarle, ¡no!, solamente para tocarle. Ella estaba convencida que la solución a su situación era ésta, ¡Jesús! ¡Su fe me redarguye! Ese es el tipo de fe que a Él le agrada:

Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”. Hebreos 11:6

El milagro: sana de aquel azote: “Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote” [Marcos 5:29] zas… sucede lo que ella esperaba. Atrás quedaron esos oscuros y dolorosos doce años. En un instante, con apenas tocar Su manto, ni siquiera tocándole directamente, ella había sido librada de todo su sufrimiento.

El Poder, la mujer… Jesús, los discípulos  y la multitud: ¿Debí comenzar por aquí? No sé, quizás. Al principio lo pensé así, pero luego lo descarté por aquello de que “la mejor parte se deja para el final”.

Poder: “Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos?” [Marcos 5:30] Inmediatamente la mujer fue sanada. El Señor se percató de inmediato que había salido poder de Él. ¡La fe genuina desata el poder de Dios!

La multitud: Hay algo que me llama la atención de este episodio y es la repetición de la palabra “multitud”, la cual ocurre cinco veces [vv Marcos 5:21; 24; 27; 31]. Veamos Marcos 5:30-31

 “Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?”

Pensemos en los discípulos e imaginémonos sus caras de “emoji sorprendidos”. –Pero Señor, ¿Cómo se te ocurre preguntar semejante cosa? ¿Acaso no notas el gentío, la multitud? ¿Cómo osas preguntar semejante cosa? ¡¿Qué quién te ha tocado?! ¿Acaso somos nosotros adivinos para saber? Pero Jesús buscaba en la multitud. Aunque él sabía todas las cosas-su pregunta era genuina: ¿Quién me ha tocado?  Era muy común en él preguntar, quizás quería que ella misma dijera “fui yo quien te tocó”.  Y exactamente eso mismo sucedió, veamos el versículo 33:

“Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad”.

Ya habíamos visto más arriba las implicaciones de ser impura y de tocar personas o cosas. Encima de esto, la experiencia de haber sido sanada milagrosamente; era de esperarse que se postrara con temor reverente. Tuvo que decir toda la verdad, pues ya había sido descubierta… había sido sanada.

Jesús… y aquí viene lo mejor: versículo 34 “él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote”.

Una vez escuché decir a un pastor que esta mujer había venido a buscar sanación, pero que se había ido con “los tres golpes”, salva, sana y bendecida. Y así mismo fue. Lo que el Señor hace no es a medias, Él da en abundancia. Es lo que desea para cada uno de sus hijos.

Conclusión: En medio de la multitud, del ruido, del gentío Él conoce a sus ovejas [Juan 10:27-28]. Él conoce quienes son Sus hijos. Él conoce tu principal necesidad, estar en paz con Dios. Conoce tus necesidades espirituales y físicas y anhela desatar Su poder con el evangelio de salvación y regeneración. ¿Lo crees?

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