Aun la muerte, esa ‘reina de los terrores’ a la que ninguna habilidad del hombre puede desafiar, está absolutamente sujeta a las órdenes del Señor. En su sermón sobre el Salmo 68:20, 21 —«Del Señor es el librar de la muerte»— el finado C. H. Spurgeon bien dijo:
«La prerrogativa de la vida o de la muerte le pertenece a Dios en una amplia gama de sentidos. En primer lugar, en cuanto a la vida natural todos dependemos de su buena voluntad. No vamos a morir hasta el momento que él lo designe, porque tanto el tiempo de nuestra muerte, como todo nuestro tiempo en sentido general, está en sus manos. Nuestras faldas pueden evitar los portales del sepulcro y, sin embargo, si el Señor es nuestro protector, atravesaremos la puerta de hierro sin sufrir daño alguno. Los lobos de la enfermedad nos lastimarán en vano hasta que Dios permita que nos venzan. Los enemigos más desesperados pueden estar a nuestro acecho, pero ninguna bala se podrá alojar en ningún corazón a menos que el Señor lo permita. Nuestra vida no depende del cuidado de los ángeles, ni tampoco nuestra muerte puede estar cercada por la malicia de los demonios. Somos inmortales hasta que nuestro trabajo se haya llevado a cabo, inmortales hasta que el Rey inmortal nos llame a casa, a la tierra donde seremos inmortales en un sentido todavía más alto. Cuando nos encontremos más enfermos que nunca, no tenemos que desesperamos por la recuperación, porque la muerte está en las manos todopoderosas. ‘¡El Señor mata y da vida; el abate hasta la tumba y levanta!’ Cuando la situación sobrepasa la capacidad del médico, no habremos sobrepasado la capacidad de socorro de nuestro Dios, a quien pertenece el librar o no de la muerte».
Charles Spurgeon citado por A. W. Pink en “La Divinidad de Dios”.