«Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios». — 2 Corintios 5.18–20
Por Christopher Shaw
El texto de hoy define en términos muy precisos la identidad y tarea de los que hemos sido alcanzados por la gracia de Dios. El apóstol Pablo declara que somos embajadores en Cristo, que realizamos una obra similar a la que el Hijo hizo a favor de este mundo perdido. La responsabilidad básica de un embajador es representar, ante un tercero, los intereses de la persona que lo envía. Esto no solamente incluye buscar que se conozcan y defiendan los proyectos del representado, sino también actuar de manera que se proclame la dignidad y seriedad de la persona a la cual se representa.
Estas observaciones son bien conocidas. No obstante, vale la pena reiterar que nuestra función principal no es trabajar para nosotros, sino para Aquel que nos ha enviado. Nuestro esfuerzo es por él. Nuestro logros son para él. Nuestras decisiones deberían ser las mismas que él desearía que tomáramos. La imagen que damos, el lenguaje que usamos y la manera en que nos comportamos determinan la manera en que otros ven al que nos envió. No obstante, es fácil que nos desviemos en el ministerio y comencemos a creer que en realidad trabajamos para nuestra congregación, nuestra denominación o la organización particular que representamos. Aún más fácil que esto es que un líder comience a promocionar su propia imagen y sus propios intereses, y crea que los logros son para beneficio de sus propios proyectos. Para evitar esto, periódicamente debemos detenernos para recuperar una perspectiva correcta de la vida y la obra que realizamos. No somos más que representantes de Aquel a quien servimos.
¿Cuál es la tarea principal a la que hemos sido llamados? Pablo declara que es la reconciliación, la cual es el esfuerzo por recuperar la relación perdida entre dos partes que están enemistadas. Presupone, primeramente, que una de las personas quiera volver a entablar el diálogo con la otra, lo cual es absolutamente cierto cuando de Dios se trata. Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, él dio su vida para que nosotros pudiésemos volver a vivir. La otra parte, sin embargo, quizás no tenga interés en la reconciliación. Es más, es posible, incluso, que la otra parte ni siquiera se haya enterado de que la relación está quebrada.
Es aquí donde entra el trabajo paciente y bondadoso del embajador. Debe presentarse ante la parte distanciada e iniciar el proceso de acercamiento. A la vez, debe mantenerse informado y buscar la orientación del que lo envió, para recibir toda la sabiduría necesaria a fin de concluir exitosamente dicha empresa. Es un trabajo que requiere de diplomacia, caridad y perseverancia. Mas no podemos volver con las manos vacías, porque el que nos envió anhela profundamente volver a recuperar la relación perdida.
Para pensar:
«La más clara evidencia del amor es su disposición de sufrir por aquellos que ama». Anónimo.