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«El que sabe hacer lo bueno y no lo hace, comete pecado» — Santiago 4.17
Mucho énfasis se ha hecho, dentro del ámbito de la iglesia, en el cuidado que debe tener el discípulo de no cometer pecados. El concepto que se maneja es el de evitar comportamientos y actividades que la Biblia específicamente cataloga de pecaminosas. De esta manera, entonces, el hijo de Dios busca no participar de nada que pueda dañar su relación con el Señor, tal como la mentira, el engaño, el soborno o las relaciones ilícitas que puedan hundirlo en su vida espiritual.
Evitar estos pecados podría llevarnos a una falsa sensación de seguridad, al no encontrar en nuestras vidas ninguna de las manifestaciones más visibles de la maldad. El apóstol Santiago, sin embargo, lleva el concepto de entrega a un plano más profundo. Nos está diciendo que para vivir una vida aceptable delante del Padre no alcanza únicamente con evitar el mal, aunque esto sea una parte importante de nuestro compromiso. Para vivir la vida espiritual en toda su dimensión debemos, además, estar dispuestos a involucrarnos con aquello que sabemos es bueno. Es decir, nuestra vida no puede ser vivida solamente en el plano de las reacciones, sino que el Señor nos llama también a ser personas de iniciativa, que deliberadamente buscan cultivar el bien.
Entender esta verdad puede librarnos de una vida de comodidad, donde nuestra principal actividad simplemente consiste en no transitar por el camino errado. El Señor, sin embargo, nos llama a estar activamente involucrados en promover el bien y extender el reino. Quiere decir que nuestra fe nos obliga a imitar el compromiso de nuestro Padre que, viendo nuestra condición perdida, tomó la decisión de hacer algo al respecto. Del mismo modo nosotros, al ver a nuestro alrededor personas atrapadas en el pecado y la maldad, debemos hacer a un lado nuestros propios intereses, para trabajar activamente en buscar el bien del prójimo.
Santiago desea que entendamos que no hacer lo bueno es tan condenable como hacer lo malo. Examinemos por un momento, por ejemplo, la parábola del buen samaritano. Para muchos de nosotros la actitud del sacerdote y el levita, que pasaron al lado del hombre herido, fue de negligencia. A la luz del principio que expone Santiago, sin embargo, la falta de compromiso fue un pecado, porque sabían lo que debían hacer pero no quisieron comprometerse con la acción indicada.
Esto tiene serias implicaciones para los que somos parte de la iglesia del Señor. La iglesia debe ser, siempre, una fuerza activa y visible en la sociedad donde nos encontramos. Logra esta posición cuando está dispuesta a tomar la iniciativa de ocuparse de aquellas cosas que sabe son buenas. Dios nos llama a nosotros, sus líderes, a que estemos constantemente animando a los miembros de nuestra congregación a que ocupen su lugar dentro de los proyectos de Dios, con sus vecinos, sus compañeros de trabajo, sus amigos y todos aquellos que él coloca en nuestro camino a diario.
Para pensar:
«Todo hombre es culpable del bien que no hizo». Voltaire.