«Tened piedad, tened piedad de mí, vosotros mis amigos, porque la mano de Dios me ha herido. ¿Por qué me perseguís como Dios lo hace, y no os saciáis ya de mi carne? ¡Oh, si mis palabras se escribieran, si se grabaran en un libro! ¡Si con cincel de hierro y con plomo fueran esculpidas en piedra para siempre! Yo sé que mi Redentor vive, y al final se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha mi piel, aun en mi carne veré a Dios; al cual yo mismo contemplaré, y a quien mis ojos verán y no los de otro. ¡Desfallece mi corazón dentro de mí!» (Job 19:21-27 LBLA)
El término hebreo para Redentor refleja una antigua costumbre mediante la cual el pariente más cercano de una persona servía como garantía de sus derechos y privilegios (Lv. 25:23-34,47-54; Dt. 19:6-1; Jos. 20:2-5; RT. 4:1-17). Aunque Job había descrito repetidamente que Dios era su enemigo y perseguidor (7:17-21; 16:7-14; 19:7-12), también había expresado su confianza en Él (12:13-16; 1315-18; 14:14-17; 16:18-20). Dijo que, en definitiva, Dios era su única esperanza (17:3). Finalmente, la fe subyacente de Job se abrió paso a través de sus oscuras dudas sobre Dios. El Señor era su Redentor; solo Él podía servir como garante de sus derechos y vindicar su causa. Si Job moría, estaba confiado sabiendo que el Dios viviente se levantaría sobre el polvo de su tumba y testificaría a su favor.
Richard D. Patterson