“Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol”.
Eclesiastés 1:9
El Cristianismo durante los Siglos I y II: El paganismo en la época apostólica [II Parte]
Un año apenas habíase cumplido desde la ascensión de nuestro Señor, cuando sus discípulos empezaron a ser perseguidos en Jerusalén. Esteban fue el primero que padeció el martirio de manos de los judíos incrédulos, en presencia de Saulo, «quien consintió en ello y guardó los vestidos de los que le mataban» (Hch. 22:20). Pero al perseguidor le pareció «dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hch. 26:14) y, transformado por la gracia divina, llego a ser Pablo, el gran apóstol de los gentiles, poderoso en obras y en palabras.
Diez años más tarde, bajo el reinado de Herodes Agripa, Santiago, el hermano de Juan, fue degollado. Sin embargo, nos dice Lucas que «la Palabra de Dios se esparcía y el número de los discípulos aumentaba» (Hch. 12:24).
Así, los apóstoles y evangelistas recorrieron el mundo conocido, proclamando la buena noticia. Antiguas tradiciones nos cuentan que Juan estuvo en el Asia Menor; Tomás, en la Partia, al norte de Media. Andrés evangelizó a los escitas, pueblo bárbaro situado al norte del Mar Caspio; Bartolomé estuvo en la India (6) y Marcos fundo la Iglesia de Alejandría (7). En definitiva, fueron a predicar por todas partes, y el Señor obraba en ellos, confirmando la Palabra, con los milagros que la acompañaban» (Mr. 16:20).
Como el Maestro había hablado con autoridad, del mismo modo hablaban ellos (8). Por todas partes donde iban, las personas pasaban «de las tinieblas a la luz» (Hch. 26:18), «despojándose del hombre viejo y de sus obras, para vestirse del hombre nuevo; renovándose por el conocimiento y según la Imagen del que los creó» (Col. 3:9-10).
Y es que en medio de la corrupción del mundo romano, de sus proyectos de nuevas conquistas y de engrandecimiento, se estaba desarrollando una sociedad completamente diferente… Tal levadura, que comenzaba a fermentar sin que nadie se apercibiera, producía en todas partes nuevas instituciones, nuevas esperanzas y una vida nueva y mejor, según la gloriosa visión del poeta, «en las ciudades nacían congregaciones que el mundo desconocía, y el cielo se inclinaba para contemplarlas».
Citemos como ejemplo la iglesia de Corinto, que desde el año 58 se reunía en la casa de Justo, o en alguna otra (9). «La barrera que separaba a los judíos de los gentiles durante dos mil años desapareció, de lo cual podemos fácilmente convencernos, viendo a unos ya otros entrar por la misma puerta, darse el beso fraternal, sentarse en la misma mesa, partir juntos el pan y servirse del mismo plato, reunidos y formando un solo cuerpo y una sola alma. Allí se encontraban el jefe de a sinagoga, el tesorero de la ciudad, que es un griego, y fieles pertenecientes a diversas clases sociales e incluso nacionalidades». (10)
Hasta la mujer dignificada recibida con el honor debido; (11) el esclavo encontraba allí su refugio y era considerado como un hermano en el Señor (12). Juntos, ocupándose de las grandes verdades que el mundo ni siquiera sospechaba, discutiendo y preparando “atrevidos proyectos de conquistas espirituales (13)»; y juntos invocan el Nombre de su Señor presente, aunque invisible, y la bendición del Padre Celestial en favor de una causa que les era muy querida.
A los que hemos nacido en naciones cristianas no nos resulta fácil darnos cuenta del estado de tinieblas del paganismo del cual habían salido los primeros cristianos. No es ciertamente que el reino de la oscuridad haya terminado, sino que la bendita luz del Evangelio obliga a las manifestaciones odiosas del mal a refugiarse en los lugares más sombríos… Cipriano escribió a Donato, diciéndole:
«Imagínate que te hallas en la cima de una montaña inaccesible y que desde allí miras el mundo que se agita a tus pies, ¿qué verás? En la tierra, a los bandidos infestando los caminos; en el mar, a los piratas, quienes son más de temer que las tempestades. Por doquiera, el furor de los combates, las guerras dividiendo a los pueblos y la sangre humana corriendo a raudales. Se castiga con la muerte el asesinato de un hombre hecho por otro y se considera una acción grande y generosa cuando se reúnen varios para este crimen; entonces, queda impune, no por ser más legítimo, sino por ser más bárbaro.
Fíjate en las ciudades y verás cuán ruidosa agitación, más deplorable que el silencio del desierto. A los feroces juegos del anfiteatro se va sólo para saciar una sangrienta curiosidad con espectáculos de sangre; el atleta, durante mucho tiempo, ha sido nutrido con sustanciosos alimento engordándole para el día de su muerte. ¡Imagínate el asesinato de un hombre por dar gusto al pueblo! El asesinato convertido en ciencia, en estudio, en costumbre.. No sólo se comete un crimen, sino que es preciso establecer una escuela para él; matar a un hombre se considera como una gloriosa profesión. Los padres ven a sus hijos en la plaza; mientras el hermano lucha, la hermana le mira y, lo que parece increíble, la propia madre no se detiene ante el costoso precio de la entrada de tales espectáculos para presenciar las últimas convulsiones de su propio hijo, sin sospechar siquiera que estas diversiones bárbaras y funestas les convierten en parricidas.
Si te fijas en los dramas que se representan en el teatro, verás el parricidio y el incesto más monstruoso reproducido con tal realidad, que se creería se teme que en el porvenir se olviden las desastrosas costumbres del pasado. A su vez, en la comedia se manifiestan las infamias cometidas en la oscuridad, como si se quisiera enseñar las que pueden cometerse. Viendo representar en directo un adulterio: se aprenda a practicarlo. Hay mujer que va al teatro por el estímulo dado al vicio y, si ha entrado honrada, es muy probable que al salir haya dejado de serlo. El actor preferido del público es el más afeminado. A menudo se representan las criminales intrigas de la impúdica Venus, el adulterio de Martes, a Júpiter, el primero de los dioses, tanto por sus desórdenes como pues imperio. Y por respeto a sus dioses, procuran imitarlos, con lo cual el crimen resulta un acto religioso.
Si del elevado sitio donde te he colocado pudieras trasladarte al interior de los hogares, cuántas impurezas, cuántos delitos oscuros ante los cuales la mirada del hombre honrado tiene que alejarse para no hacerse cómplice de tamaños crímenes, que los censuran en los demás!
¿Te imaginas hallar menos desórdenes en el santuario de la Justicia? Fíjate bien y descubrirás cosas que te producirán indignación y desprecio. Por más que alaben nuestro sabio código conocido como “Las leyes de las doce tablas”, que ha previsto todos los crímenes y afirmado todos los derechos, el santuario de las leyes y el templo de la justicia son guaridas de criminales que violentan sin pudor la ley Júntense los intereses como en un campo de batalla, las pasiones se desarrollan con furor… el cuchillo, el verdugo, los garfios de hierro que desgarran la carne, el potro que descoyunta, el fuego que devora; todo está preparado y pocas veces en apoyo de la ley. En estas circunstancias, ¿en quién hay que buscar ayuda? ¿En el abogado que no se preocupa más que del engaño y de la impostura? ¿Te fiarás del juez que se ofrece al mejor postor? Aquí uno inventa un testamento, otro jura en falso. Allá hay hijos a los cuales se les quita la herencia que les legaron sus padres; o gentes extrañas reemplazan a los herederos legítimos. En medio de tantos crímenes, ser inocente es considerado un crimen.
Tal vez suponga alguien que señalamos lo peor. Veamos de cerca lo que este mundo, en su ignorancia, rodea de consideración. ¡Cuánta maldad se esconde debajo de brillante barniz! Observa a aquel que se cree un ser superior, porque lleva un brillante traje de oro y púrpura. ¡Por qué ver perdón vergonzosas humillaciones ha debido someterse para llegar a tanta esplendidez! Ha debido arrastrarse a los pies de sus protectores, cumplir todos sus caprichos, devorar todos sus desdenes para llegar a recibir el incienso de ese vil rebaño de aduladores, cuyos homenajes dirigen, no al hombre, sino al puesto que ocupa. Si el viento favorable cambia y el hombre adulado cae en desgracia, verás como todos le abandonan a su suerte para que lamente su soledad.
A estos que llamas ricos, míralos de cerca, y verás cómo aumentan su hacienda, apropiándose de los bienes del pobre, que añaden a los suyos, acumulando oro sin cesar y, en medio de sus riquezas, los verás inquietos y temblorosos, temiendo que les quiten su tesoro. Tan desgraciados son, que ni descansan ni duermen tranquilos. El oro es quien los posee y no ellos los que poseen la riqueza: es como una cadena que les tiene atados. No les habléis ni de dadivosidad, ni de limosnas; no saben lo que es dar algo a los pobres. Y, cosa extraña, dan su nombre y sus bienes a lo que sólo les aprovecha para el mal» (14).
Tal sombría descripción no es otra cosa que el desarrollo que hizo el apóstol Pablo en su epístola a los romanos y que confirman los pagaos mismos (13).
«El mundo -dijo Seneca-está lleno de vicios y de crímenes, tanto, que no es posible prever el remedio. Se rivaliza en maldad mientras disminuye el pudor, el vicio se manifiesta por todas partes, pisoteando hasta lo más sagrado. Nadie disimula su maldad se presenta tan desvergonzada y de tal manera enardece los corazones, que la inocencia no solo es cosa rara, sino que no se le encuentra por ningún lado» (16).
Mientras Séneca afirmaba tales monstruosidades, es probable que el apóstol Pedro anunciara el Evangelio al pagano Cornelio y le indicara el mejor remedio contra el mal y el pecado (17).
El manantial de todos estos males era la idolatra, ya fuera la clásica, que imperaba en Roma o en Grecia, la que con sus sangrientos ritos imperaba en Fenicia, como la de Egipto con su adoración a los reptiles. Ni la supuesta belleza que pueda hallarse en las fábulas del Olimpo, ni el atractivo prestado al arte ya la poesía por la mitología griega podían sostener el paganismo que estaba, como no podía menos, completamente corrompido.
«Es absolutamente imposible—escribió Cooper—describir detalladamente la horrorosa corrupción del antiguo mundo pagano. La podredumbre de su sepulcro guardará sus horribles misterios. Se comprende que una religión que contaba con tales divinidades contuviera todos los gérmenes de muerte moral, ya que el menos escandaloso de sus templos podía tolerarse apenas dentro de las ciudades. No existe ni uno solo de los odiosos vicios por los cuales fueron aniquilados los cananitas, y destruidas por el fuego las ciudades de Sodoma y de Gomorra, que no manche las descripciones que de Grecia y de Roma, de emperadores, de hombres de Estado, de poetas y de filósofos, nos han sido hechas» (18).
–[Ver entrada anterior: EN ESTE MISMO ENLACE]
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- Probablemente en el Yemen de Arabia: otra tradición dice que Tomás fue a la India
- JK L Gieseler, A Camrendum of Ecclesiastical History, 5 vola., I. p. 95 (Londra, 1846-1855)
- Véase Lucas 4:32.
- véase Hechos 18:7
- véase Hechos 18:8 Romanos 6:21-23
- La presencia de las mujeres en las asambleas cristianas es algo digno de notar, ya que en el aquel tiempo no es seguro que, en sus casas, las mujeres comieran en la misma mesa que los hombres.
La mujer, como el niño, era considerada como ser menor. Las mujeres pobres divorciadas se veían reducidas a la prostitución. Los niños eran despreciados. El padre podía rechazar al recién nacido, que entonces era expuesto o entregado a la muerte. Los niños expuestos y recogidos eran educados y vendidos como esclavos. La educación se caracterizaba por su brutalidad, de lo que se queja amargamente Agustín en su Confesiones, a la vez que propone métodos más dulces y racionales de enseñanza.
« ¡Cuántas miserias y humillaciones pasé, Dios mío, en aquella edad en la que se me proponía como única manera de ser bueno sujetarme a mis preceptores! Se pretendía con ello que yo floreciera en este mundo por la excelencia de las artes del decir con que se consigue la estimación de los hombres y se está al servicio de falsas riquezas. Para esto fui enviado a la escuela, para aprender las para aprender las letras, cuya utilidad, pobre de mí, ignoraba yo entonces; y, sin embargo, me golpeaban cuando me veían perezoso. Porque muchos que vivieron antes que nosotros nos prepararon estos duros caminos por los que nos forzaban a caminar, pobres hijos de Adán, con mucho trabajo y dolor» (Confesiones l, p. 7)
En De chatechizandis rubidus, Agustín indica que sólo el amor puede guiar al maestro a llamar la luz divina interior que hay en sus alumnos, de modo que, en una comunión de obra y de espíritu entre maestro y alumno, contemple el uno el alma del otro:
«Los que escuchan deben como hablar dentro de nosotros; y dentro de ellos debemos aprender de algún modo las cosas que vamos enseñando».
El colegial debe, pues, convertirse en la regla de lo que el maestro enseña, en cuanto a los argumentos, el modo, las posibilidades de nivel y de la capacidad mental (véase Aldo Agazzi, Historia de la filosofía y de la pedagogía, vol. 1. Alcoy, 1980; James Bowen, Historia de la educación occi. dental, vol. I, Herder, Barcelona, 1985; Alfonso Capitán Díaz, Historia del pensamiento pedagógico en Europa, ed. Dykinson, Madrid, 1984)
- Los esclavos componían aproximadamente la mitad de la población, y en algunas ciudades hasta dos tercios.
- Cooper Free Church of Christendom, p. 174
- A este cuadro tan oscuro le faltan aún las pinceladas más sombrías, como los odiosos tratamientos dedicados a los esclavos, los divorcios, los infanticidios. Tertuliano dice lo siguiente; «A pesar de que la ley prohíbe que se mate a los recién nacidos, gracias a la complicidad de todos, ningún crimen queda con tanta facilidad impune como ese». «Cuántos de nuestros magistrados, que tienen fama de íntegros y que usan de más rigor para con nosotros, porquería con verdaderas acusaciones ser confundidos, toda vez que aquellos magistrados daban muerte a sus hijos a nacer» (Cf. Apol, cap. IX; véase también Aux Nations I, cap. XV) Juvenal. en su Sátira VI, dice que las señoras romanas contaban más los divorcios que lod años de matrimonio (ed. Gredos, Madrid).
De la esclavitud se hablará en el cap. XVI de la PRIMERA PARTE.
15. véase Romanos 1:18-32. - Séneca. De ira II,cap. VII.
17. Según Pio Ix (1846 78) La Santa Sede Romana, fue fundada por Pedro, pero ante evidencias histórics en contra, «ya mi siquiera sabemos quién fue el primero en introducir el cristianismo» ( Hertling, op. cuy., p. 27). Autores católicos como otto Karrer consideran que la estancia de Pedro en Roma no es necesaria teológicamente (Sucesión apostólica y primado, P. 64, Herda, teológicamente Barcelona, 1967)
18. Cooper, Free Church, p.31.
Historia de la Iglesia Primitiva: E. Backhouse y C. Tyler Pags. 19-26