No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
— Romanos 6:12-13
El creyente, como miembro del nuevo reino, no debe ofrecerle ninguna ayuda al viejo rey (Satanas, el pecado, la muerte) ni a su reino. Seguimos siendo esclavos, pero ahora, tenemos un nuevo dueño. Pablo continua la personificación del pecado como un rey (con un reino y súbditos) que procura extender su dominio. Existe una guerra espiritual entre estos dos reinos. Debemos entregarnos como instrumentos para ser usados en esta guerra a favor del Rey justo. Ser complice del enemigo es traicion.