«Si vamos a prevalecer, debemos persistir; debemos continuar incesante y constantemente, y no poner pausas a nuestra oración hasta OBTENER la misericordia lo más posible. “Los hombres siempre deberían orar”. Semana tras semana, mes tras mes, año tras año; la conversión de ese hijo querido debe ser la principal súplica del padre. Presentar en oración a ese esposo inconverso es confiar de corazón, por parte de la esposa, de noche y de día hasta que lo logre; ella no debe usar 10 o 20 años de oración infructuosa como motivo para dejar de orar; no debe imponerle a Dios ni tiempos ni temporadas, pero mientras haya vida en ella y vida en el objeto querido de su solicitud, debe continuar rogándole al poderoso Dios de Jacob. El pastor no debe buscar una bendición para su gente ocasionalmente, y luego de recibir cierta medida desistir de interceder más, sino que debe continuar con vehemencia y sin pausa, sin contener sus energías, clamando en voz alta sin detenerse hasta que las ventanas del cielo se abran y se otorgue una bendición demasiado grande para contener. Pero, hermanos, ¡cuántas veces le pedimos a Dios, y no recibimos porque no esperamos lo suficiente en la puerta: Tocamos una o dos veces la puerta de la misericordia, y como no abre la puerta un mensajero amistoso, nos vamos por nuestro lado. Demasiadas oraciones son como los golpes desenfrenados que dan los niños en las puertas y luego cuando se abre la puerta, el niño ya se ha ido. Oh, por gracia permanezca cara a cara con el ángel de Dios, y nunca, nunca, nunca, suelte el agarre; sintiendo que la causa que abogamos es una en la cual debemos tener éxito puesto que almas dependen de ello, la gloria de Dios está conectada a ello, la condición de nuestro prójimo está en peligro. Si pudiéramos entregar en oración nuestra propia vida y las de aquellos que más queremos, lo haríamos; sin embargo no podemos entregar las almas de los hombres, debemos instar y rogar una y otra vez hasta obtener la respuesta.»