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“Oren por el ministro y anímenlo, pues siempre habrá muchas personas que lo desanimarán. Hay siempre espíritus llenos de censura por todas partes que le recordarán cualquier falla; él se verá afligido por aquellos cobardes que no se atreven a firmar sus nombres en una carta, sino que se la envían anónimamente; y luego está el diablo, que, en el momento en que el hombre desciende del púlpito, dirá: “¡ese fue un sermón muy pobre! ¿Te atreverías a predicar otra vez?” Después de que haya predicado durante semanas, surgirá la sugerencia: “tú no estás en tu esfera apropiada de labor.” Hay todo tipo de descorazonamientos con los que habrá de enfrentarse. Los cristianos profesantes se pueden rebelar. Aquellos que permanecen a menudo serán inconsistentes, y él se encontrará suspirando y llorando en su aposento, mientras ustedes, tal vez, den gracias a Dios porque sus almas han sido alimentadas por él.
Animen a su ministro, se los ruego, en cualquier lugar al que asistan: anímenle por su propio bien. Un ministro descorazonado es una seria carga para la congregación. Cuando la fuente se descompone, no pueden esperar encontrar agua en ninguna de las llaves; y si el ministro no fuese recto, equivale a una máquina de vapor en una gran fábrica: el telar de cada quien está ocioso cuando la fuerza motriz está descompuesta. Adviertan que él descansa en Dios y recibe Su poder divino, y todos conocerán, cada día domingo, el beneficio que eso representa. Esto es lo mínimo que pueden hacer. Hay otras muchas cosas que les podrían causar gastos, esfuerzo, tiempo, pero animar a su ministro es tan fácil, es un asunto tan simple, que muy bien puedo presionarlos para que lo hagan.”