Por Bill Mitchell
El oficial de inmigración miró mi pasaporte y luego me miró a mí. Yo viajaba por los Estados Unidos de América.
—¿En que trabaja usted? —me preguntó.
—Soy traductor de la Biblia.
—¡Qué interesante! Yo he leído mucho acerca de la Biblia —dijo—. ¡Lástima que haya sido escrita cientos de años después que Jesús murió!
—Bueeeno. De hecho no sucedió así en cuanto a los cuatro Evangelios. El de Marcos se escribió probablemente apenas treinta años después de la muerte de Jesús —repliqué.
—¿De veras? —exclamó—. Un libro que leí dice que fue escrito cientos de años después, y el autor sostiene al principio que todo lo que dice en el libro es verdad. ¿Sabe usted de estas cosas? —Hizo una pausa y añadió—: Me imagino que sí sabe, sobre todo por el trabajo al que se dedica.
De repente se fijó en la fila de pasajeros que había detrás de mí. Rápidamente puso el sello en mi pasaporte, me lo devolvió y dijo:
—Lo siento; podría conversar toda la noche sobre este tema, pero usted tiene que tomar otro avión.
Al tomar yo mi pasaporte y alzar mi valija, el oficial de inmigración me dijo:
— ¿Sabe? Creo que yo mismo debería leer el Nuevo Testamento.
—¡Esa es una gran idea! —le respondí.
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¿Qué podemos saber de la Biblia si no la hemos leido nosoros mismos?
¿Qué podemos saber de Dios si no lo hemos vivenciado nosotros mismos?